Actualmente
hay alrededor de 115.000 personas detenidas en las prisiones colombianas. De
éstas, aproximadamente el 94% son hombres y el 6% mujeres; el 70% son
condenados, mientras que el 30% restante son sindicados. El 35% de los
sindicados del país, quienes son inocentes hasta que se demuestre lo contrario,
llevan más de un año presos, y el 15% más de dos años. El 45% de los condenados
pasan entre 1 y 5 años tras las rejas; el 39% entre 6 y 20 años, y el 16% restante
más de 20 años.
Todas
estas cifras se hacen más reveladoras si se tiene en cuenta que, en las
condiciones actuales, estar privado de la libertad en una cárcel colombiana, en
la inmensa mayoría de los casos, constituye una experiencia dolorosa e inhumana,
dadas las precarias condiciones de vida que los centros de reclusión a cargo
del Estado ofrecen a los presos: a pesar de la construcción de diez nuevas
prisiones, que generaron 22.000 nuevos cupos a un costo de 1,2 billones de
pesos, la gran mayoría de la infraestructura de las prisiones colombianas es
obsoleta, por lo que no está en condiciones de albergar de manera digna a una
población del tamaño de Sogamoso o Zipaquirá; los servicios de salud son
escasos y deficientes; las condiciones de salubridad e higiene son tan pobres
que las personas detenidas sufren de manera desproporcionada frente al resto de
la población de enfermedades contagiosas, como la tuberculosis. A lo anterior
debe sumarse la mala alimentación, la violencia y los maltratos, físicos y
psicológicos, a los que se ven sometidos los reclusos.
La
lamentable situación del sistema penitenciario ha estado condicionada en buena
medida por las altas cifras de hacinamiento del sistema, hoy en día cercano al
30% (igual al promedio de los últimos 20 años), pero que en algunos
establecimientos más grandes, como la Modelo y la Picota en Bogotá, Bellavista
en Medellín, y Vistahermosa en Cali, supera el 100%. Por esto no es de extrañar
que una de las supuestas finalidades de la prisión, la resocialización de los
reclusos, sea un objetivo inalcanzable, pues no existe ni la infraestructura ni
los medios suficientes para ofrecer programas de educación y trabajo que ayuden
a los reclusos a reintegrarse a la sociedad.
La
falta de oportunidades de integración al mercado laboral de quienes salen de
prisión, en su mayoría hombres de entre 18 y 30 años con bajos niveles
educativos, explica en un alto grado los significativos niveles de reincidencia
de la población reclusa colombiana: entre 2002 y 2010, en promedio, el 15% de
esta población era reincidente; de ésta, el 30% lo era por el delito de hurto,
que a su vez es el delito por el que más personas terminan en prisión.
El
anterior panorama evidencia que la prisión colombiana no es otra cosa que una
forma brutal de castigo e incapacitación, pues es todo lo que hace, de miembros
de los sectores más pobres y marginales de nuestra sociedad.
A
pesar de que lo anterior es suficiente para cuestionar la función que cumplen
las cárceles colombianas, queda un argumento popular entre los gobiernos y
buena parte de la población: la prisión y su dureza cumplen con fines de
disuasión social y retribución que deberían llevar a la reducción de la
criminalidad o, al menos, a su justo castigo. Sin embargo, ambos argumentos son
débiles. En cuanto a la disuasión, a pesar del endurecimiento de la política
criminal, que se refleja en el aumento significativo y constante de la
población carcelaria (un 292% entre 1994 y 2011), los índices de criminalidad
en Colombia son altos bajo estándares internacionales y han tendido a aumentar
notablemente (casi un 72% entre 1994 y 2008). Por lo tanto, la prisión no
cumple de forma significativa con una función disuasiva.
La
pretendida justicia retributiva del castigo es cuestionable por dos razones:
primero, porque éste es desproporcionado e inequitativo, como lo demuestran el
aumento descontrolado de las personas presas, que no se corresponde con el
aumento de la delincuencia, y el hecho de que se aplique principalmente a
personas pobres y excluidas. Segundo, porque en un Estado de derecho el fin retributivo
de la pena jamás justifica que su ejercicio conlleve la violación continua de
los derechos humanos de los detenidos.
Bajo
estas condiciones, el poder de castigar del Estado pierde toda legitimidad. Y
sin embargo, el gobierno actual, como sus antecesores, parece atrapado por una
lógica que pretende darnos más de lo mismo: nuevas prisiones (está planeada la
construcción de 5 dentro de los próximos 3 años) y penas más largas. Esta es
una política pública errada, costosa e injusta. Por esto las cárceles sí son un
problema de todos los colombianos, quienes debemos exigirles más a nuestros
gobernantes para que tomen decisiones razonables e incluyentes, dignas de un
régimen que se proclama democrático.
*Profesor
y director del Grupo de Derecho de Interés Público de la Facultad de Derecho de
la Universidad de los Andes
En
Colombia también hay cárceles a punto de estallar
Lo
ocurrido en Honduras obliga a mirar la situación de los penales en el país, con
un hacinamiento del 33%
Por
Colprensa Y Área Nación | Publicado el 19 de febrero de 2012
Las
dramáticas imágenes de la tragedia en el penal de Comayagua, en Honduras, en
las que 357 reclusos murieron calcinados, conmocionaron al mundo.
Comayagua,
una cárcel diseñada para 250 reclusos, albergaba 852. El hacinamiento y la
superpoblación son problemas que afectan a muchas cárceles latinoamericanas.
La de
Bellavista, en Medellín, sobrepasa en 200 por ciento su población carcelaria,
pues alberga más de 4.800 internos por encima de su capacidad.
"El
mayor problema de las prisiones en Latinoamérica es la superpoblación. Las
prisiones albergan un 30 por ciento más de reclusos de lo que deberían, pero en
muchos casos se llega hasta el 100 por ciento (de más), lo que propicia las
tragedias", dijo Rupert Colville, portavoz de la Oficina de la Alta
Comisionada para los Derechos Humanos de la ONU, en respuesta a lo ocurrido en
Honduras.
En
Colombia, según datos del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario
(Inpec), divulgados en diciembre pasado, el hacinamiento alcanza el 33 por
ciento.
La
población carcelaria es cercana a los 92.000 reclusos, en los 144 centros
penales del país.
Y
aunque la construcción de diez nuevas cárceles en el país, en los últimos seis
años, logró reducir en 2010 el hacinamiento a un 24,2 por ciento, la aplicación
del Código Penal no permite una descongestión efectiva de las cárceles.
En
noviembre del año pasado, según cifras del Inpec, la población de reclusos
aumentó en 844 internos. Y en 2010, las estadísticas señalaban que entre enero
y diciembre, el número de internos promedio creció en 640 al mes.
Como
lo ha explicado el director del Inpec, coronel Gustavo Adolfo Ricaurte , esa
tendencia al crecimiento obedece a la aplicación de la política penal del
Estado colombiano, esto es, un Código Penal que castiga con más penas
privativas de la libertad.
Y es
que por cada cuatro reclusos que ingresan a las cárceles solo uno recobra su
libertad.
El
representante Iván Cepeda calificó la situación como una bomba de tiempo.
"Lo hemos dicho en repetidas oportunidades: hay cárceles que son bombas de
tiempo. Los niveles de hacinamiento, el nivel de desprotección con respecto a
las políticas penitenciaria y carcelaria, hacen que la situación sea alarmante
en materia de derechos humanos", dijo el congresista.
Manejo
de la prevención
Aunque
en Colombia no se recuerda una tragedia similar a la de Comayagua, sí han
ocurrido incendios al interior de las celdas de los reclusos. Uno de los más
recientes ocurrió en la cárcel de Ternera, en Cartagena, en 2008.
En esa
oportunidad Jorge Eliécer Granados Urdaneta , de 23 años, fue víctima de las
llamas luego de que un compañero de celda, frustrado, al parecer, porque no lo
trasladaron, le prendió fuego a una colchoneta mientras otros presos dormían.
"Allí
siempre ha sido un inconveniente tratar de establecer algún plan de choque para
actuar en caso de una emergencia, no hay disposición por parte de las
directivas del penal para ello. Ni siquiera sabemos si hay extintores",
dijo un integrante del Cuerpo de Bomberos de Cartagena.
Situación
similar ocurre en Bogotá, donde el contacto entre las directivas de los penales
(La Modelo y La Picota, para hombres, y El Buen Pastor, para mujeres) y los
integrantes de Bomberos es prácticamente nulo.
En
Honduras, el jefe de ese cuerpo de socorro, Leonel Silva , les manifestó a los
medios locales que los guardias de la penitenciaría les impidieron el ingreso,
porque pensaron que el incidente era una excusa para una fuga.
Si a
eso se suma el testimonio de los reos sobrevivientes, se hace urgente pensar
que en Colombia es necesario revisar los planes de mitigación y evacuación en
los penales nacionales, sin descuidar, obviamente, la seguridad para evitar
escapes de detenidos.
Según
Fabricio Contreras , preso hondureño, que las puertas que de la sección de las
celdas dan a los patios estaban cerradas y que nadie les abría. Por su parte,
José Rivas , también interno de esa cárcel hondureña, dijo que vio a sus
compañeros pegados a las rejas tratando de salir, "pero que se quedaron
allí pegados y quemados".
"Lo
de Honduras, sin duda, prende las alarmas y es un mensaje para que desde el
Inpec se revisen los planes de evacuación en las cárceles colombianas, y, de
ser necesario, se actualicen. No solo para cárceles como Bellavista, sino para
otros centros penales del país", dijo Jairo Herrán Vargas , personero de
Medellín.
En ese
lugar, además, dijo que los pocos extintores que hay no son suficientes para
atender a la población carcelaria. De hecho, reveló que la próxima semana hará
una visita al reclusorio para establecer si esos elementos cumplen con la
normatividad exigida por los organismos de socorro.
Hacinamiento
y superpoblación se unen a otros problemas que afectan a las cárceles
colombianas: corrupción, violencia, delito. ¿Una verdadera bomba de tiempo?
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