Aquí no hay cama pa' tanta gente. Con esta estrofa de
una de las salsas más conocidas del Gran Combo de Puerto Rico los presos de la
cárcel de La Picota, en Bogotá, explicaron a Efe el hacinamiento en el que
viven y su exposición a enfermedades contagiosas como la tuberculosis.
Y es que las prisiones colombianas, aquejadas de
históricos problemas estructurales, atraviesan uno de sus peores momentos con
una tasa de superpoblación del 48,5 %.
Los 142 centros penitenciarios del país no son
suficientes para albergar a 112.356 presos, un excedente de más de 36.000
cupos, según cifras que el Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario de
Colombia (INPEC) facilitó a Efe.
Durante una visita a este centro de reclusión, que
acoge exparamiliares, guerrilleros, delincuentes comunes, asesinos y
violadores, los presos expresaron muchas de sus inquietudes.
Entre ellas figura que en el Establecimiento de
Reclusión del Orden Nacional (ERON), el más moderno complejo de La Picota, cada
cuatro presos comparten una celda, tienen café e infusiones, pero las ventanas
no tienen cristales para ver "la luz del sol".
Estos reclusos son los más afortunados, ya que sus
compañeros de otros módulos y demás cárceles de Colombia padecen un frío
tremendo y se quejan de desatención sanitaria.
"En una ciudad hay infartos, enfermedades
terminales, virales. Y eso pasa también en los centros carcelarios",
reconoció en una entrevista con Efe el director del INPEC, el general Gustavo
Adolfo Ricaurte, al referirse al hacinamiento y al actual replanteamiento de la
administración de salud en las cárceles como agravantes.
La alerta la dio el vicepresidente de la Comisión de
Derechos Humanos de la Cámara de Representantes, Iván Cepeda, quien denunció en
un informe que en la última semana murió de tuberculosis un preso de La Picota,
enfermedad que afecta a al menos once reclusos entre esta prisión y la Modelo,
también de Bogotá.
Y la semana anterior, según Cepeda, murieron cuatro
internos en la cárcel de Bellavista, cercana a la ciudad de Medellín, en el
noroeste de Colombia, por "falta de atención médica", además de que
hubo 180 intoxicaciones al parecer por alimentos en mal estado.
La situación se completó con una huelga de hambre en
el penal de Puerto Triunfo, también cercano a Medellín, donde cinco reclusos se
cosieron la boca en señal de protesta.
El director del INPEC y la ministra de Justicia, Ruth
Stella Correa, iniciaron este viernes en Bellavista una gira por las cárceles
colombianas, acompañados de odontólogos, epidemiólogos, enfermeros y
psicólogos, para revisar la salud de los presos y entregarles tapabocas
(mascarillas) artículos de aseo y ropa.
Para Ricaurte, el hacinamiento es una consecuencia de
la aplicación desde 2005 del sistema penal acusatorio, que recluye a los
delincuentes mientras la Justicia investiga sus casos y les llama a juicio, lo
que en ocasiones perpetúa su estancia en los centros.
La población se multiplicó también con leyes como la
de Seguridad Ciudadana, que sanciona más conductas y amplía las penas, lo que,
según dijo Cepeda a Efe, contribuye al hacinamiento y crea una descompensación
entre la excesiva condena de delitos menores y la impunidad de crímenes de lesa
humanidad en Colombia.
CÁRCELESAunque la cárcel Modelo tiene una capacidad
para 2.907 personas, cerca de 8.000 sobreviven en sus patios, entre droga,
miseria, violencia y abandono. Actualmente, el 48% de los reclusos están
ubicados y el 52% buscan un espacio dónde vivir.
La puerta central se abre con violencia. Dos motos
custodian un bus del Inpec que lleva cerca de 50 hombres. Los que van de pie
están esposados a la barra superior del móvil, los que viajan sentados miran
desorientados por la ventana. Parecen animales asustados que presienten un
amargo fin. Todos, con ropas pobres y sucias van en camino al Centro de
Servicio de Juzgados de Paloquemao, al suroriente de la ciudad, donde definirán
su situación judicial.
En la Modelo, tres rejas de seguridad y un par de
sellos conllevan a diario a abogados, visitantes y funcionarios al control
central. Los vidrios de protección dejan al descubierto los rastros de unas
cuantas balas, marcas de un tiempo no muy lejano donde grupos al margen de la
ley se enfrentaban con la guardia para legitimar su poder. Resulta imposible no
comparar la organización de la cárcel con la de la ciudad: al sur, salen a
flote las necesidades y el desamparo. Al norte, un mejor lugar para vivir.
En el penal, el ala sur se compone de los patios 3,
3A, 4 y 5 donde conviven delincuentes comunes y violadores en las más precarias
condiciones. En el ala norte, en los patios 1A, 1B, 2A, 2B, Nuevo Milenio y
Alta Seguridad están ubicados los narcotraficantes, paramilitares, autodefensas
e internos de cuidados especiales que sobreviven entre colchonetas, espumas y,
a veces, drogas.
Los del norte no conocen a los del sur. A los del sur
no les importan los del norte. Sin embargo, tanto los unos como los otros tienen
un notable número de sindicados que, bajo esa categoría, son los que más sufren
las penurias de la mazmorra.
A sus 23 años, Víctor fue retenido y trasladado a la
cárcel Modelo por una denuncia que Alejandro, su cuñado, interpuso en su
contra. El 13 de enero de 2012, cuando llegó a su casa, ubicada al sur de la
ciudad, luego de trabajar 11 horas, se dio cuenta de que Alejandro golpeaba sin
escrúpulos a su hermana María, a tal punto de dejarla inconsciente. Sin
pensarlo dos veces, Víctor sacó un puñal. “Cuando vi que ese man le pegaba a mi
hermana, de 16 años, no aguanté las ganas de darle su sustico. Por su culpa,
ella estuvo 90 días en el hospital y nunca más pudo volver a respirar por sí
sola. Todo el tiempo usa una manguera especial que le da vida”.
El recuerdo de ese episodio doloroso hace que Víctor
se llene de rabia y de lágrimas. Sin tener con qué secarse y sonarse, pasa sus
manos por la cara y después de calmarse prefiere ir a caminar.
Durante unos minutos acaricia sus muñecas y pide
salir a un pequeño huerto que está al costado. Afuera, respirando la fragancia
putrefacta del desagüe, en compañía del sonido de unos cuantos tambores Víctor
suspira y dice: ¿Usted sabía que solo los condenados tienen derecho a hacer
música, a cortar el pasto, a sembrar verduras? Personas como yo no tenemos
derecho a nada. ¿Por qué? Porque yo solo llevo 3 meses y 10 días aquí. Los
sindicados solo tenemos derecho a respirar y punto.
En los pabellones del patio 1A pulula gente. El
suelo, las celdas, los baños y hasta los mismos barrotes sirven para amarrar
colchonetas o frazadas como un recurso desesperado para conciliar el sueño,
aunque sea por unas pocas horas. Al llegar al patio, Víctor señala el lugar
donde duerme: una esquina mojada e inestable, no mayor a un metro. Al igual que
él, diez internos más ocupan la fila de cemento.
Solo los paramilitares, narcotraficantes y
delincuentes de cuello blanco, pueden pagar alrededor de 2 millones de pesos
por celda, pero Víctor no lo sabe. Nunca lo ha preguntado porque en sus
bolsillos no hay más que vacío.
Sin importar que llueva y haga frío, Víctor y sus
compañeros de pasillo soportan desde las seis de la tarde las inclemencias de
la noche. Con el tiempo, él como los demás, se acostumbró al desaseo de unos
cuantos, a sus enfermedades y a sus pesadillas. Su única forma de librarse del
hacinamiento que lo ahoga es ver televisión. En medio de novelas y noticieros
se le pasa el tiempo, el día y la vida.
De domingo a domingo se levanta a las cinco de la
mañana, hace fila en las dos únicas duchas que hay en su patio y luego espera
unas tres horas para el desayuno. Lo que sigue es tiempo perdido.
En el tiempo que ha permanecido en la cárcel solo ha
logrado relacionarse con un interno al que le dicen El Costeñito, un hombre que
lleva a cuestas 30 años de condena. Aunque para Víctor ha sido su ángel de la
guardia, aún no ha sido capaz de preguntarle su nombre. “Ese viejito ha sido el
único que me ha tendido la mano, hasta él me guarda mi ropa y mis cosas de aseo
en su celda”.
El Costeñito, cojo de nacimiento, cuenta que la
pobreza infinita de Víctor solo le ha permitido comprar dos tarjetas para poder
llamar a su casa y saber de Daniela, su hija de seis años. Ella no sabe ni
sabrá que su papá está en la cárcel.
La última carta con la que juega Víctor para ver a
Daniela pronto es que hoy, en su última audiencia, el juez decida dejarlo en
libertad. Sujetando un pequeño crucifijo que tiene en el pecho, confía en que
Dios estará de su lado para salir de la Modelo, pues cree que los milagros
existen y que el castigo más grande ha sido vivir en carne propia las miserias
de una cárcel que solo le ha dado soledad, hambre y abandono.
Aunque a Víctor se le podría definir su situación
judicial en menos de seis meses, también existe la posibilidad de que se una a
los 783 sindicados de la Modelo que llevan más de dos años a la espera de un
fallo en un sistema que aplica indiscriminadamente la medida de detención
preventiva. Solo entre agosto de 2010 y enero de 2011 ingresaron al penal en
calidad de sindicados 1.485 hombres.
La cárcel es vigilada por un capitán, 7 tenientes y
368 dragoneantes. Sin embargo, solo dos guardias custodian cada uno de los diez
patios, durante turnos de ocho horas. En la Modelo se conjugan dos mundos
completamente distintos.
El ala sur a diario recibe a un mínimo de 15 hombres,
bajo el perfil de delincuentes comunes, homosexuales, personas de la tercera
edad y enfermos. El ala norte, les da la bienvenida a cerca de 5 internos por
día. No obstante, en ambos contextos, el problema más complejo que soportan los
reclusos es el hacinamiento.
El insomnio se suma a otros problemas como la
alimentación, que dentro de la Modelo se presenta como un suplicio adicional.
Aunque se entregan las tres porciones diarias, la comida desde el punto de
vista nutricional no cumple con los requerimientos mínimos. La Procuraduría
General de la Nación destacó en un informe que los suministros alimenticios de
la cárcel son insuficientes y aumenta los riesgos para la salud de los
reclusos. En una jornada diaria en el almuerzo predominan los granos y el arroz
como los alimentos principales que no brindan el factor nutricional adecuado.
En el establecimiento, los malos olores y el pésimo
estado de las cañerías, hacen que la situación en materia sanitaria sea
crítica. El servicio de agua es irregular, gracias a los constantes cortes
durante el día. Esta situación desencadena varios desencuentros entre los
internos, ya que no todos están dispuestos a madrugar para ducharse. Por esto,
en el ala sur, donde conviven las clases sociales más bajas, el mal olor se
incrementa debido a que muchos reclusos, que están cerca de la indigencia, no les
importa pasar días o semanas sin tomar un baño, convirtiéndose en una molestia
adicional para sus compañeros de piso.
Estas fallas en el establecimiento hacen que la
cárcel sea una experiencia difícil de sobrellevar. El número oficial de tutelas
interpuestas a la Modelo entre 2005 y 2007 fue de 173 debido a la falta de
apoyo logístico y presupuestal para atender los requerimientos y necesidades de
los internos.
Incluso la administración del penal reconoce que las
áreas que reciben más reclamos son Sanidad, Jurídica y Registro y Control por
su incidencia en el bienestar personal de los internos y su libertad. Las
precarias condiciones en los servicios de salud y la falta de instalaciones
hacen que los internos enfrenten una especie de doble condena: la privación de
la libertad y las pésimas condiciones de la cárcel.
Sin duda, los sindicados son quienes más sufren, sin
demostrarse su inocencia o culpabilidad, son duramente castigados por el
entorno, viéndose sometidos a las penurias que ofrece la prisión, que no cuenta
con las suficientes garantías para los imputados. Esto a pesar de que la
Oficina del Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos y la
legislación colombiana reiteran la necesidad de que los sindicados sean objeto
de un régimen alterno al de los reclusos condenados.
El hacinamiento ha recrudecido problemas como la
violencia y los abusos sicológicos y físicos dentro de la cárcel, que junto a
la larga duración de los procesos, la poca celeridad del sistema judicial y la
imposibilidad de acceder a una buena defensa legal, se convierten en factores
que juegan en contra de la dignidad de los internos.
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